Junto a su mujer Natalia Juan, han convertido este lugar, en solo tres temporadas, en uno de los imprescindibles de la pequeña de las Baleares.
Dicen que como en casa en ninguna parte. Pero, a veces, en casa de los demás se puede estar muy bien o incluso mejor, sobre todo si recibe Natalia y cocina Abellán. Esto es lo que pasa en el restaurante Casa Natalia, en el municipio de Sant Ferran ses Roques, de Formentera, la más pequeña de las Baleares. La pareja formada por la desconocida en el sector Natalia Juan y el reconocido chef Carles Abellán, propietario de Tapas 24 y con muchos otros establecimientos a sus espaldas, abrieron hace tres años un cálido restaurante, que parece la antesala de su hogar, convertido ya en uno de los imprescindibles cuando se viaja a la más salvaje y habitada de las Pitusas.
Este nuevo punto de encuentro se aleja del lujo más descarado que se mueve por sitios de moda en la isla como Ses Illetes. Las calurosas noches de verano se pueden pasar entre la coqueta terraza de Casa Natalia, donde compartir excelentes platos con el sello de uno de los grandes cocineros catalanes, y el club musical del sótano, Charly’s, decorado al estilo de un speakeasy donde las copas fluyen hasta la madrugada, con una banda sonora que va de los setenta hasta los noventa. Tanto para cenar como para tomar algo, vale la pena detener la moto en este pequeño pueblo situado en el noreste de la isla.
No se escucha el sonido de las olas ni tiene el encanto de Sant Francesc, pero esta pequeña población interior, donde se cruzan las carreteras que van a la capital, Es Pujols y El Pilar de la Mola, mantiene el espíritu de su pasado bohemio. Sin ir muy lejos, la cercana Fonda Pepe hospedó en los sesenta al mismo Bob Dylan. Aquel espíritu que llevó al autor de ‘Blowin’ in the wind’ a refugiarse aquí es el que han querido trasladar a su restaurante Natalia y Carles. No contaron con ningún interiorista para su proyecto más íntimo, sino que rebuscaron en trasteros y casas familiares para dar más personalidad a un local que también consideran su casa.
Recalaron en Formentera con la pandemia y decidieron alargar el tiempo que ya pasaban habitualmente en la isla, que hasta entonces fue su refugio vacacional. Al pasar más horas allí, algún local les animó a reabrir un restaurante que llevaba más de tres años cerrado. Era arriesgado pero goloso. Y se lanzaron al agua. Sin ninguna prisa, entre los dos fueron imaginando qué restaurante querían, cuenta Natalia, y el resultado fue tan íntimo que decidieron llamarle Casa Natalia, porque aquí ella es la impulsora y la que maneja la parte empresarial, además de llevar la sala, algo que no había hecho antes, pero en lo que se siente muy cómoda. “Como si lo hubiera hecho siempre”, reconoce con su amable sonrisa.
Evidentemente, la parte de la cocina es cosa de Carles Abellán, que ha llevado a Formentera algunos de sus clásicos, como el bikini trufado (14 euros), las croquetas de rustido de pollo (3 euros/ unidad, la ensaladilla rusa del Tapas 24 (16 euros) o el tartar de tomate, realmente un trampantojo que al primer mordisco parece un clásico de ternera (18 euros). Pero no es un lugar con los platos de siempre, la carta avanza con mayor sofisticación, con platos pensados para compartir, donde relucen recetas como la raya a la brasa con mantequilla negra, alcaparras y lima (28 euros), el atún akami con mantequilla negra, soja, piñones y queso azul (19 euros) o el carpaccio de chuleta rubia gallega madurada 60 días con especias (26 euros).
Formentera es una isla con muy pocos productos autóctonos y hay que proveerse sobre todo de fuera. Pero los pocos que hay se aprovechan. Así que uno de los platos más auténticos es el ceviche de sirvia, un pescado local parecido al pez limón. Aunque no quieren ser un restaurante elitista, también hay propuestas que pican más alto, como el biscote a la brasa con caviar imperial y mantequilla ahumada (30 euros), la ensaladilla de king crab imperial con caviar osetra 30 gr (94 euros) o la langosta con espaguetis para compartir (140 euros).
La carta no se cierra nunca y siempre sale alguna novedad de la cocina, como puede ser la lasaña de fricandó con parmesano, un plato de reciente creación que fusiona lo mejor de la pasta italiana con este guiso tan catalán. En esta unión, el comensal disfruta de lo que se podría llamar una versión a la catalana de tallarines al ragú. Una salsa que invita a rebañar bien, y su pan, de elaboración propia, es perfecto para dejar el plato limpio. Para terminar hay dos viejos conocidos que nunca fallan. Su clásico pan con aceite, chocolate y sal puede ser un acierto, aunque tampoco es mala idea decantarse por las fresas con nata. Ambos sencillos pero excelentes.
Las noches de verano son perfectas para cenar en la terraza, con mesas y las sillas de madera y mimbre, abundantes lámparas, plantas y flores muy mediterráneas. Pero el comedor interior también tiene gracia. Los más curiosos pueden fisgonear los libros de cocina de Abellán, al alcance en una gran estantería. Hasta puede que encuentren algún cuaderno de recetas con la letra del mismo cocinero. Un sofá Chester raído, una mesa redonda de pata ancha, más propia de un salón de la Barcelona más acomodada; unos botes de cristal que algún día se llenaron de caramelos y otros objetos rescatados del baúl de los recuerdos decoran el ecléctico interior.
Con una de las bodegas más grandes de la isla, de más de 700 referencias, este también es un lugar que invita a beber. Todas estas botellas vienen de la desaparecida Barra del hotel W, que Abellán tuvo que cerrar, o de otros negocios anteriores del chef, que la pandemia dejó muy tocado económicamente. Como deferencia al lugar, la carta de vinos también incluye botellas de las islas, como el Sa Vall de Mallorca, o un par de vinos de la misma Formentera, que cuenta con dos noveles bodegas.
Aunque la fama de Formentera es la tranquilidad, también hay quien se gana el descanso después de una noche de copas y unos bailes. Para ellos es ideal el bar Charly’s, un club musical que abrieron el verano pasado en el sótano del restaurante. Sofás de escay, luces de neón, coctelería clásica, combinados de siempre y un escenario con batería incluida, dan un rollo entre canalla y sofisticado a un bar bautizado haciendo un guiño a su dueño, donde los fines de semana hay música en directo. En Casa Natalia no se entra como se sale, sino, unas horas después y un poco más feliz.
Articulo de Paz Álvarez para El País